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“La mancha como único elemento generador de estructuras le está ganando a la intención de paisaje. Ella comienza a tener un lenguaje autónomo y creo que esto está cobrando importancia. La mancha aparece como problema plástico de la mano del color y su comportamiento pictórico desde la forma, la transparencia y algo de textura. Ellos son los únicos protagonistas, se valen de su fuerza para reafirmar su autonomía… Mi labor  consiste ahora en componer con esos elementos.” (Cuaderno de notas. Caracas, 06 de febrero de 2006.)

 

En todo hacer humano existe un proceso donde interactúan varios elementos que constituyen un todo inabarcable. Elementos que nutren la percepción y la experiencia constantemente para hacer de la obra de un individuo o grupo de individuos una verdadera síntesis de los eventos que los circundan y constituyen como tales. De esta manera, todo proceso de creación implica estar expuestos a estas circunstancias y estar abiertos a que nuestros resultados también sean el resultado de aquellas concurrencias. En la pintura, como en  cualquier otra experiencia que sea pensada y trabajada plásticamente, estas consideraciones no dejan de arrojar consecuencias determinantes.

 

La pintura suele manejar un proceder particular que nos conduce a pensar sobre ella misma cuando consentimos en practicarla constantemente. Así pasa a convertirse en una vía para entenderla como proceso y además lograr entender a través de ella, pensar desde de la pintura. De este modo lo que puede ser considerado como obra no es otra cosa que el residuo de esa manera de justificarnos ante esa realidad. Cuando se asume esta posición, la pintura se convierte en un desarrollo del que se derivan múltiples posibilidades relacionadas entre sí, con nosotros y con todo aquello que nos circunda. Uno debe estar siempre sobre ella para darle consideraciones sensibles a todas las alternativas viables que se puedan presentar. Estar en la obra y ser obra de esa obra. Ser operario de esa situación con la que estamos permanentemente conciliando.

 

En la relación con los procesos de la pintura han aparecido una serie de telas plagadas de manchas que proceden de salpicados, pinceladas y brochazos de color, las cuales llevan a reflexionar sobre las posibilidades plásticas que pueden encontrarse en dos situaciones puntuales que conforman, en una primera instancia, el proceso de esta disciplina y el hecho pictórico en sí:

La primera situación está referida a los procedimientos de transformación de materiales para pintar. La mezcla de un pigmento con un aglutinante sobre un soporte. He decidido apoyarme en este proceso de conversión material para generar situaciones visuales. Esto se hace patente en mis últimos trabajos, y propone imágenes que pretenden hacer pensar en torno a la pintura como proceso. Esto se deriva de la observación de la paleta. La paleta contiene parte de la esencia de esta disciplina, allí se encuentra materializado el recorrido que hacen los matices mientras se van compenetrando. Esa superficie está en constante transformación y registra en ella las posibilidades cromáticas que conducen a la creación de uno o varios cuadros. Partiendo de esta premisa, realizo la preparación del acrílico, del óleo o del temple directamente sobre la tela, actúo sobre el plano como si fuera la paleta, el mortero o cualquier superficie para preparar y mezclar colores.

 

La segunda situación apunta al hallazgo de una consonancia entre algunos elementos de orden espacial. El reto reside en encontrar armonías de color, forma, textura, transparencia, superposición, repetición y acumulación, utilizando varias posibilidades de la mancha como rudimento autónomo para disponer un evento visual.

 

La armonía se presenta como una especie de entidad que le da vida a la apariencia de lo que contemplamos. Es una situación que suele aparecerse de maneras ilimitadas, pero una vez visualizada, nos sugiere un orden donde los elementos se relacionan con el todo. Esto puede percibirse en cualquier hecho plástico desde la composición con los elementos formales y los materiales, en el trayecto que va desde las analogías más absolutas hasta los antagonismos más extremos. La armonía surge cuando uno acepta las relaciones indiscutibles entre determinados elementos. Ella tiene por costumbre aparecer. Los colores, por ejemplo, entran en armonía gracias a la luz que los activa. Por ser fenómenos visuales, los tonos y valores tienden a relacionarse de forma automática con los que tienen al lado para establecer un diálogo. El color tiende a armonizarse por sí solo, el regocijo consiste en sincronizarse con su lenguaje y hacerlo pintura. En este trabajo se presentan posibilidades de armonía desde la naturaleza cromática de los materiales utilizados para pintar, a través de la mezcla azarosa de diferentes matices sobre una superficie.

 

Limitarme a experimentar con ese comportamiento primario parece ser el motivo actual de este trabajo. Pretendo generar mediante la autonomía de estas manchas, situaciones visuales donde interactúen tanto estos componentes esenciales de la pintura como las consecuencias derivadas de su naturaleza física. El resultado siempre es inesperado. Allí es donde considero detenerme y dar por concluido el cuadro. Aunque reconozco que puedo volver muchas veces sobre la misma imagen manteniendo el mismo planteamiento y cada vez que voy sobre ella se enriquece más. De esta manera, la obra pasa entonces a convertirse en un proceso abierto a muchas posibilidades de transformación. Así parecen darse las más osadas armonías. El color por sí solo se vuelve forma, textura, materia y alegoría. Alegoría a la pintura misma en un principio, a la necesidad humana de pintar, de encontrar un orden visual en el manejo de los elementos que se dispongan.

 

Pretendo sacar provecho de propiedades visuales allí contenidas, de la repetición, acumulación y superposición de un único elemento compositivo. De las diferentes calidades que se generan cuando pongo manchas sucesivas de color sin preocuparme tanto por lo que está sucediendo en el plano. Pero no dejo de asumir que la intención de componer formalmente me sigue persiguiendo. Procediendo así, las armonías de color, forma y textura pueden ser algo más arriesgadas, tal cual sucede con algunos eventos del paisaje que he estado observando.

 

“El atardecer me hace pensar en la presencia del sol más allá del mar, decretando el día en otras latitudes. La luz del sol determina el aspecto del paisaje... Los atardeceres en Lechería* son mágicos, la luz que languidece le da una vida nueva a todo lo que baña. El atardecer es un estado, es una extravagancia de la naturaleza.  Lástima que sea tan efímero. Momentos como el atardecer deberían prolongarse más horas durante el día, por lo menos un par de horas más. El atardecer realmente me cautiva, me emociona ese estado de transformación del paisaje. De la noche solo me gusta el silencio…” (Cuaderno de notas. Lechería, 22 de diciembre de 2005.)

 

En una segunda instancia, este trabajo presenta una alegoría que viene evolucionando de ejercicios anteriores referidos al paisaje. Paisaje de playa. Observando algunos eventos naturales que ahí se dan y en concordancia con el proceso de la pintura, he llegado a las siguientes conclusiones:

La mancha es un fenómeno natural y un elemento de expresión plástica capaz de hablar por sí mismo, más allá de lo que el artista pretenda plantear. Está directamente relacionada con la textura, la forma, el color y la transparencia que pueden arrojar el gesto, el chorreado y el salpicado. Puede ser considerada como el estancamiento espacial de estas causas. Por otro lado, ella tiene la propiedad de evocar situaciones típicas del entorno de la naturaleza ejemplo de ello son las imágenes que deja el agua cuando entra en contacto con cualquier superficie, aquellas que observamos en el azar de las nubes en el cielo y en las sombras que estas proyectan sobre el mar, la mancha de la savia, de la albúmina o cualquier otro fluido. Puede ser considerada como la resolución primera que la naturaleza otorga a la forma. Ella pudo haber sido el detonante que activó a los seres humanos a la transformación de los materiales con un sentido plástico. La mancha es un elemento abierto a cualquier posibilidad de transformación; simbólica, conceptual o visual. Activa situaciones que alertan a las personas, que ocupan su pensamiento y generan realidades.

 

Ahora reflexiono sobre el paisaje en un sentido más amplio, intento entenderlo y hacerlo entender como una actividad viva expuesta a múltiples y constantes cambios. Tal vez la mancha que queda congelada en la pintura cuando aplico las capas diluidas y espesas pueda transmitir, de una u otra manera, la esencia de aquellos eventos del paisaje. Pero en el fondo, no podemos dejar de asumir que una mancha no es otra cosa que una mancha.

 

“La pintura habla por sí misma, esta viva, más allá de lo que se aspire decir con ella, se comunica en silencio y siempre está inconforme con lo que dice. Entenderla es disiparse, entrar en su tiempo y  convertirlo en memoria. Saber que podemos  detener un instante y prolongarlo. La pintura sirve para tocar el tiempo. Para eso está el pintor, para que ese tiempo se devele y comience a decir cosas.” (Cuaderno de notas. Caracas, junio de 2005.)

 

Emilio J. Narciso. Agosto de 2006.

 

*Lechería: Localidad ubicada entre la bahía de pozuelos y playa mansa, límite del Parque Nacional Mochima, en las costas del Mar Caribe. Estado Anzoátegui, Venezuela.